Me gustaría expresar en no demasiadas palabras lo vigorizante que me ha resultado el mes de febrero. A pesar del inusitado frío que se ha aposentado en este sureste de la isla, que podría haberme mantenido quietita y cómodamente apoltronada, he tomado una soleada y desafiante actitud para generar calor suficiente con el movimiento de ideas y elementos a mi alrededor que me han traído hasta aquí con el ánimo de acelerar la llegada de la primavera.
Aunque sostener un ciclo de continua siembra y cosecha es antinatural todo el año, puesto que la tierra o, en este caso, el cuerpo termina dando señales de que es insostenible, creo que es factible ir alimentando, al golpito, todas las partes del proceso para ver lucir florecitas durante prácticamente todo el año. Empezar y terminar la corrección y edición de un librito de cuentos, incluir ilustraciones en dos publicaciones, hacer descansos digestivos de 12 horas, asistir a todas mis clases de pilates del mes o ir viendo crecer una nueva pieza a dos agujas han sido las rosas, tulipanes, girasoles y amapolas que estoy viendo asomar en mi pequeño jardín en este gélido mes.
Nada de esto habría sido posible sin una selección de las semillas que voy a plantar (quien mucho abarca…) y una buena preparación del terreno: mimarlo, escucharlo y descubrir y añadir qué elementos necesita para que, solo con el agua y el solecito, puedan alimentarse las semillas que yo elija plantar. Y en marzo, mi intención es seguir con los cuidados para ver crecer a mis acompañantes. Así que me toca regar, intentar protegerlos si arrecian lluvias furibundas, hablarles con cariño e incluso darles alguna sesión de música que armonice con su proceso de crecimiento. Y, por supuesto, a dejarlos que avancen a su ritmo, que yo llego hasta donde llego. ¿Y tú? ¿Estás siendo primavera?